2.8.09

She speaks in the third person so she can forget that SHE IS ME.

Él caminaba despacio, casi en puntas de pie, sosteniendo una vela, con su largo cabello enrulado siendo mecido por el viento que amenazaba con apagar el fuego. Mientras recorría los oscuros pasillos susurraba un nombre, mi nombre, y las lágrimas caían silenciosamente de sus ojos. Encontraba y besaba imágenes de una muchacha, "mi muchacha" pensaba, concentrado en no mojar el papel con agua con sabor a dolor. Y al pasar al lado de puertas abiertas que daban a salones luminosos y alegres, los ignoraba, puesto que no era felicidad lo que buscaba. Él buscaba la tristeza, su tristeza, en algún cuarto oscuro, sucio y abandonado. Y entre todas las imágenes, mis imágenes, buscaba alguna en la que él no fuera protagonista, en la que pudiera encontrar una excusa para su pena. Y, como quien busca encuentra, él la encontró. Un dibujo que no estaba hecho por ella, por mí, si no por alguien más. Un dibujo en el que esa muchacha, yo, su muchacha, estaba al lado de ese alguien más. Y en vez de parar a pensar en las posibilidades, por ejemplo que no había sido yo, ella, yo, quien había hecho los trazos, que podía no significar nada, que podía haber una explicación que no tuviera gusto a engaño; decidió que ahí estaba el motivo del sufrimiento que sentía, aunque no lo hubiera sabido antes. Y borró su llanto con la firmeza de la ira, y esta vez en vez de revolver imágenes, buscó a la verdadera niña, su niña, a mí, y como quien busca encuentra, me encontró.
Y yo, y ella se acercó alegremente al encuentro de su amado, hasta que vislumbró su rostro y paró en seco, asustada.

"Qué pasa?", inquirió preocupada la niña, la que al verse al espejo sabe que soy yo, pero le gusta tanto olvidarlo...
"Vos decime qué pasa." dijo, fríamente.
"No sé, amor, decime. Qué pasa?"
"Estoy esperando que me digas qué pasa." El hielo parecía generarse en su rostro, allí donde esa vena latía visiblemente.
"No sé qué pasa! Decime, por dios! Te juro que no sé qué pasa!" casi gritó ella, casi grité yo, desesperada.
"Esto pasa."

Y sacó de un cajón un dibujo, el dibujo, el que para ella, para mí, no significaba nada, pero para él, era un mundo, su mundo, su problema mayor.

"Yo no hice ese dibujo, y yo no siento nada en él. Yo ya no hablo con el dibujante, porque no correspondí sus sentimientos y no pude mantenterme cerca. Porque creí que era mi amigo, pero evidentemente no."
"No es que siempre sabés? Vos lo dijiste."
"Siempre sabés mientras quieras saberlo. Yo no quería. Yo quería que fuera sólo mi amigo."

Se miraron fijamente, y yo, y ella desvió la mirada. No necesitaba sostenerla, porque no tenía nada que demostrar, y se sentía, me sentía lastimada. Sabía que él no le creía, que él no me creía, por mucho que estuviera diciendo la verdad. Sabía que era inútil. Y como yo, y como ella no le tenía miedo a que la vieran sentir, una lágrima solitaria rodó por su mejilla. La lágrima la acarició, me acarició, suavemente, como debería estar haciéndolo él. Pero sólo un pensamiento rondaba su mente, y no tardé en decirlo.

"Lo que más me duele es que antes... Antes me hubieras creido."
"¿Qué, antes de que me mintieras?" le espetó duramente.
"Antes de que dejaras de confiar en mí."

Un silencio de pocos segundos que pareció durar una eternidad se impuso entre ellos. La distancia de menos de un metro repentinamente pareció ser de kilómetros y kilómetros. Y ella dejó de ser ella, y yo dejé de ser yo, y él dejó de ser él, y todos fuimos sólo figuras borrosas en el horizonte. Y tan rápido como la ilusión vino, la ilusión murió. Y los kilómetros y kilómetros de silencio volvieron a ser escasos centímetros de aire helado. Y el aire helado se volvió tibio con su aliento. Y entonces, él habló.

"Cambiate, dale." Recién ante esas palabras ella se percató de que seguía en pijama.
"Qué... te vas?" susurró ella, ligeramente, sólo ligeramente resignada.
"No. Vamos a comer. Decidí dejar esto pasar." dijo, todavía intentando creer sus propias palabras. "Decidí creerte."

Y las lágrimas que no habían querido caer se amontonaron en los ojos de la niña, su niña, y ella, y yo me tiré en sus brazos, mis brazos, mareada de alivio. Y con la torpeza típica de la sorpresa, él me rodeó lentamente hasta fundirme en su abrazo.


Y entonces, sólo entonces, vencí los centímetros, o acaso kilómetros que me distanciaban de él, y todavía temblando, me refugié en su calor.

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