9.12.08

Cellophane.


Uno va arrastrándose entre espinas,
Y en afán de dar su amor...
Sufre y se destroza hasta entender...
Que uno se ha quedado sin corazón....




Soy una sombra, una sombra difusa, un fantasma que perdió su brillo plateado, una mera mancha oscura en la mismísima oscuridad. El problema radica en la similitud de la oscuridad con lo oscuro, en la transparencia, en la 'camaleonización' de uno mismo con todo lo que lo rodea. Pero sería un error decir que es uno un espejo copiando a quién tenga cerca, uno ni siquiera tiene la decencia de pretender ser otro, uno se confunde con la nada, se adapta, se aplana, se vuelve parte del paisaje. Una parte por cierto insignificante, no está de más aclarar. Uno siente, en un segundo, no, ni siquiera, en un tercer plano, que uno debería tener la dignidad de salir del cuadro, de gritar que aquí uno se encuentra, que deberían mirarlo, porque uno no es tan solo uno más. Pero en un segundo plano uno sabe que uno es uno más en la escena, un extra tomando un licuado en un bar mientras la acción ocurre del otro lado del vidrio, entre los personajes principales, aquellos que realmente importan. Y uno sabe que es el único en el bar, y que las ventanas están polarizadas, y que quizá debería salir, formar parte de la acción, ser partícipe de su propia vida. Pero uno no se permite mostrar aquello que lo aqueja, uno no se permite ser importante, porque en ese primer plano faltante, uno sabe cuál es el precio, el castigo de la osadía de actuar. Uno busca sin consuelo la esperanza que el pasado le robó, uno busca sin esperanza el autoestima que su alma ya olvidó. Uno desea encontrarse tranquilo en los brazos de su amor, uno sueña con el día en que su propio corazón le permita decir todo aquello que lo aqueja sin sentir que lo único que logra es causar aún más dolor. Uno llora, uno espera, uno ama, uno piensa. Uno piensa que es peor que los demás, uno se refugia en su propia inseguridad. Uno amaría que sus pasos sean suyos, y no la pobre imitación de los pasos de alguien más. Uno ansía que lo que la tortura por fin muera, pero no se atreve a matarla, no se siente quién para tomar semejante decisión. Uno está ya más callado del silencio, y aún hay quien lo intenta escuchar.

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